Las primeras palabras que te vienen a la mente cuando hablas de Erasmus es fiesta, alcohol, ligar y sucesivos.
No voy a negarlo, porque hay de estas cosas y en mucha cantidad, pero todo depende de la predisposición con la que vayas a un país extranjero. A mí, personalmente, casi sin quererlo, me cambió la vida.
Comencé el Erasmus un 10 de Febrero en Sevilla. Fue un viaje largo en tren hacia Girona, donde mi tío nos esperaba a mi compañera de clase, María, y a mí para llevarnos a comer y al aeropuerto, posteriormente. 12 de la noche. Invierno. Wroclaw (Polonia).
Resumo aquí la primera sensación que tuve al llegar con una frase: “la virgen que frío”. 7 días me valieron para adaptarme tanto a hablar inglés todos los días como a sobrevivir en un cultura que distaba (y dista) mucho de la mía.
Ya habíamos roto el hielo (literalmente) y tocaba disfrutar. Disfrutar de los viajes, disfrutar de las personas, disfrutar de las fiestas. Tenía tantas ganas de irme, necesitaba una bocanada de aire, me daba igual dónde fuera, con quién, cómo, cuánto tiempo, solo irme, y empaparme de todo lo bueno y lo malo que apareciera en mi camino.
Comencé teniendo lo que podía considerar una familia. Un grupo de 15 estudiantes de “comunicación” (lo pongo entre comillas porque es para reírse) con diferentes historias, algunas terroríficas como una chica que no ve a su madre, encerrada en Gaza por 4 años o un chico de Crimea al que le han arrebatado la tierra y otras más felices, por supuesto, pero las que te marcan son las duras.
5 meses, más de 150 días con ellos, viajando, teniendo conversaciones, debates, algunos más subidos de tono que otros, peleas, fiestas, reconciliaciones, líos. Todo lo que vive una familia concentrados en un tiempo ínfimo.
Conociendo a estas personas y otras que llegaron a mi persona más tarde, me di cuenta que necesitaba valorar lo que tenía en España, que tenía que empezar a cuidar a esa gente porque cuando la tenía lejos era muy complicado y se lo merecían todo.
El Erasmus es un MOMENTO para pensar y reflexionar acerca de tu vida, todos sabemos que los problemas no desaparecen allí, simplemente los aislamos un rato para poder verlos de manera distinta, por lo tanto, y volviendo al título, el Erasmus depende de como se mire.
Yo lo miré con los ojos del disfrute al 100% para contar todo a mis seres queridos cuando fuera, pero llegaste tú y me cambiaste los planes por completo. Llegó una persona, además el día de mi cumpleaños como un regalo, que cambió mi mentalidad sobre todo en la vida y sobre el Erasmus en particular. Todo lo que hagamos allí está muy bien para desconectar, pero nada que no se haga sintiéndolo es absurdo.
Si no quieres salir de fiesta en el Erasmus no salgas, viaja. Si no quieres beber, no bebas, te lo pasarás igual de bien.
El Erasmus es sentimiento y esto es un mensaje personal para las personas que se vayan a ir este año: SENTID. Sentid cada momento porque eso es lo que vais a recordar, así no os arrepentiréis de nada, porque hicisteis lo que sentíais en cada momento, si fue mal, ya aprenderéis. SENTID. Y cuando finalicéis el Erasmus y os pidan consejo sobre él (creedme que lo harán) sólo tendréis que decir. Vívelo, te lo recomiendo, pero vívelo a tu manera.
Carlos Otero (23)
Estudiante: Comunicación
Mérida.
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